Entrevista sin tijera



Fuente: Más Palabras para Olvidar

‘Casicuentos para acariciar a un niño que bosteza’, su última publicación, habla de la pérdida de lo que se ama y del inevitable paso del tiempo. ¿Qué extraña usted de su niñez?

-”Casicuentos para acariciar a un niño que bosteza” es casi mi última publicación y escribo allí de esa escisión del tiempo y de algunas cosas más. No demasiadas, debido a que se trataba de no aburrir al pequeño que entonces bostezaba como un samurai en miniatura. Lo peor del tiempo y de su transcurso irremediable es que no lograremos manejar nunca sus fantásticas riendas, o lo que es lo mismo, que el tiempo nos golpea a su gusto el muy cínico y nosotros, encima, poniendo buena cara. Es curioso, de mi niñez no extraño nada y lo extraño todo. Sí recuerdo perfectamente que se me acabó de golpe a los nueve años, justo cuando inicié mi peregrinaje por diversos internados religiosos. Vamos, una bendición.

Son relatos cuya denominador común se podría decir que es la amargura. ¿Es aconsejable guardar el pasado en un cajón?

-Pudiera parecer que la amargura es el hilo conductor de los casicuentos, pero no es así, al menos no desde mi punto de vista. Sobre todo, porque siendo como fueron historias para ser contadas a mi hijo de corta edad, nada más lejos de mi intención que transmitirle pesadumbre y leves conflictos innecesarios sino acontecimientos de mi infancia que tal vez podrían servirle un día para algo. Para nada le sirvieron, es de justicia afirmarlo. Lo que sí pudo ocurrir es que salió a relucir mi poso de pesimismo mañanero y se fue desparramando sin querer a lo largo del librito. En cuanto al pasado, ese borrón de los sentidos insufrible, qué importa dónde lo tengamos echado a perder -cajón o bolsillo roto de la vieja chaqueta de nuestra niñez o disco duro del cacharro- lo que realmente deberíamos evitar es el barrido de la memoria con el que peligra la propia propagación de los recuerdos. Ejercitar la memoria dos o tres horas al día como mínimo. La esquizofrenia y el Alzheimer son enfermedades que me aterran.

Hace continuas alusiones a su pueblo natal. ¿Tanto marcan al ser humano sus raíces?

-Riello era, y lo es ahora, mi único mundo con ciertas prolongaciones posteriores, las que llegaron a formar o constituir el territorio Olleir. La República de Olleir, concretamente, ya que la República de verdad no la verán mis ojos, instauro ésta a mi antojo, sin banderas separadoras, sin quebrantos. En el libro intentaba hilar sucesos que recuerdo ocurridos en mi pueblo junto con otros un poquitín inventados o reescritos a mi manera. Nada nuevo en el oficio de construir historias cuanto menos aburridas mejor. Otra cosa fue el resultado, que no me compete. La raíces, no me gusta excesivamente la palabra, casi preferiría utilizar ‘ el origen’. Y claro que imprime profundas marcas en el ánimo saber que perteneces a un lugar y no a otro. Y si encima el lugar, como es el caso de Riello, es el más hermoso pues ya está todo dicho.

¿Es de los que piensan que al lugar donde se ha sido feliz no se debiera volver jamás?

-La felicidad, no importa dónde se haya probado por primera vez, sigue estando ahí presente, latente, de ningún modo nos vamos a poder desembarazar de ella. Afortunadamente. ¿No poder regresar a aquel tiempo, a aquellos lugares? Yo vuelvo siempre, de noche y en sueños. Además sin tetraplejia alguna, con una movilidad más que envidiable. Repito, siempre vuelvo aunque sé de sobra que se me ha prohibido el regreso. Y yo me entiendo.

Gamoneda dice que usted es la ‘conciencia de Omaña’, entre otras cosas por su capacidad de resistencia y su sentido de lo justo y lo injusto…

-La ‘conciencia de Omaña’ y demás hermosas, y exageradas, palabras se le ocurrieron a Antonio Gamoneda en agosto de 1998 para una carta que se leyó en Riello por aquellas fechas celebrando que un servidor había quedado meses atrás total y literalmente para el arrastre. En lo personal mi resistencia no va mucho más allá de apetecer en los accesos de tos controlar la respiración y decirme a mí mismo: resiste, resiste, caradura. Con muy pobres resultados. Y no sé exactamente qué es justo y qué es injusto, aunque algo barrunto a medianoche, que es el momento de los artificios y de las reflexiones.

¿Qué se siente al tener una calle con su nombre?

-Me temo que aún no he podido asumirlo lo suficiente. De hecho, me duele “tener” una calle y tener también de antemano la seguridad de que nunca la voy a poder pisar. No importa, de crío lo hice a base de bien. ¿Es el orgullo un sentimiento serio y respetable? Pues eso mismo siento yo, y agradecimiento a las personas e instituciones que lo acordaron, y una lista larga de emociones que no voy a enumerar por si acaso. Amén de ser consciente de que no había merecimientos para detalle semejante. En fin. El problema va a sobrevenir en el próximo ejercicio fiscal. A ver cómo diablos se declara una calle en asuntos patrimoniales. Mi asesora aconseja que me lo tome con calma y con licor de guindas.

Su ejemplo de superación demuestra que los límites sólo residen en la mente.

-Yo jamás he superado nada, ni siquiera lo he intentado. Si alguien ha demostrado continuamente de lo que es capaz de soportar un ser humano esa persona es María Jesús. Y, cómo no, Luis Miguel Jr. Yo simplemente me he dejado llevar por la inercia y la corriente fatigosa del día a día porque mi único deseo es acabar, lo más pronto posible, en Montecorral y en los riscos cercanos al faro de San Juan. Cenizas y cenizas.

¿Tiene sentido el sufrimiento?

-Cómo va a tener sentido el sufrimiento, hombre. Es como preguntarse si tienen pirula los obispos o si los carromatos subían antes La Espina más deprisa de lo que lo podrían hacer sí se pusiesen a ello. El sufrimiento, si nos referimos al sufrimiento que sirve, en apariencia, para escribir desgarrados poemas confesionales y cositas así, pues tampoco. No en mi caso. Creo firmemente que algún tipo de terapia sí se da en la escritura, pero sin pasarse. Ahora bien, el dolor, el sufrimiento, el sentimiento real de estar fuera de este mundo, no lo mitiga ni dios, así, en minúscula. O sea, no le vamos a otorgar ningún sentido, que se chinche. Lo único bueno que podremos achacarle es que hay veces que termina. O eso es lo que más nos gustaría creer.

¿Está la labor poética para pocos trotes? ¿Por qué?

-A mí no me lo parece en absoluto. Veo y leo por ahí, a Internet me refiero, infinidad de colecciones, infinidad de lecturas públicas, infinidad de presentaciones de libros, infinidad de antologías. No pienso que tamaña proliferación sea síntoma de que la poesía se encuentre estancada. Otro tema distinto es la calidad de las publicaciones, pero no soy yo la persona más indicada para analizar y juzgar hechos de esta índole. Mientras más poetas, mejor le irá a esta sociedad de tunantes disfrazados.

¿Considera que las Humanidades son un cero a la izquierda en España? ¿Y si es así, de quién es la culpa? ¿Cómo podría invertirse la situación?

-¿Humanidades? ¿Qué son las Humanidades?

Muchos de sus colegas le definen ya como un maestro. ¿Cómo se define usted?

–Supongo que los colegas que son capaces de considerarme de tal forma están muy, pero que muy equivocados. Lo más probable es que me hayan confundido con alguien que no conozco, porque si no no me lo explico. Bien sea un ajedrecista, o un cordobés ginecólogo de éxito, o incluso un senador por designación real. ¿Tengo cara yo de ser maestro de algo, por favor? Mis colegas son unos seres tiernos y encantadores que no saben detrás de lo que andan. Estoy seguro. Y, además, por no esforzarme mínimamente ni definición para mí mismo he encontrado a estas horas, aburrido que es uno. Y tragaldabas.

¿Cómo es su relación con Internet?

-Una relación totalmente sumisa y amistosa. De hecho, es mi agujerito para comunicarme con personas que sin Internet no habría oportunidad ninguna de hacerlo. Destaco el invento del e-mail y lo equiparo a inventos señeros de los últimos siglos, tales como el de la leche condensada en bote y los crucigramas. Aparte, escribo en un blogín rojo llamado “Más palabras para olvidar” y me relaciono como buenamente puedo con mis conocidos y les echo una mano cuando me la piden. Aunque soy yo quien suele pedirles a ellos ayuda y amparo para las tardes más apacibles y menos soportables.

¿Qué me dice de Avilés?

-Avilés, es la ciudad gris más maravillosa que conozco. Y eso que no pude disfrutarla todo lo que me hubiese venido en gana en su momento. La ría fue mi paraje favorito con sus malos olores también: los barcos me fascinaban. Después de estos años de quietud personal, me llegan noticias de que la ciudad cada día está más adecentada y de que el Centro Niemeyer se va a encargar de ponerla definitivamente en el mapa nacional e internacional, no sólo en el del medio ambiente. Eso espero, aunque los “poderes” intentan por todos los medios lo contrario, faltaría más.

Por cierto, ¿qué otros ‘Lugares’ guarda en su memoria?

-No más de los que dejé apuntados en mi último libro a base de abusar de las toponimias del corazón. Aunque algunos me reservo, naturalmente, para momentos concretos muy especiales.

¿Cuáles son sus proyectos principales?

-Lo prioritario, solucionar de una vez por todas la crisis que asola nuestros pensamientos, nuestros telediarios y nuestros ahorros (?) con un par de recetas un tanto drásticas pero justificadas por lo visto y por lo que nos queda por ver en el futuro. La primera, contraviniendo a Zapi, que se empeña en resucitar a Robespierre, sería traer no a uno sino a media docena como él. Y que empiecen a rodar cabezas. Muchas cabezas. De la segunda, no me acuerdo. Y en otro orden de cosas más prosaicas, hay un libro a la espera de editarse a corto plazo: “Música para torpes”. También me apetecería dar por concluidas las correcciones de “A la que falta” y fabricarme una pizca de tiempo (el tiempo, siempre el puñetero tiempo) para convertirme de nuevo a alguna secta religiosa. Y, por último, ya sí, poner en orden una serie de poemas que andan por ahí muertos de risa.

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(Preguntas: Pablo Rioja. Respuestas: alguien que pasaba por ahí).